Nuestros abuelos no mueren jamás, descansan para siempre en nuestros corazones

por Patricia Zorzenon

29 Febrero 2020

Nuestros abuelos no mueren jamás, descansan para siempre en nuestros corazones
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La mayor parte de nuestra infancia ha sido marcada por el recuerdo y por la presencia de nuestros abuelos: fuente y tesoro inestimable de sabiduría y de enseñanzas de vida, la lección que hemos aprendido de sus palabras continuará a vivir en el interior de nuestro corazón por mucho tiempo, hasta el momento en que no estarán más. Porque cuando mueren, nuestros abuelos dormirán para siempre en nuestra mente, incluso cuando su desaparición sucede para los nietos cuando son pequeños. En estos casos, ¿como afrontar la pérdida de niños o adolescentes?

via Psychology Today

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Piqsels

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En estos casos particulares, muchas de las responsabilidades recae sobre los hombros de los padres; no es de hecho el caso decirle a nuestro niño frases vagas y fantasiosas como "el abuelo o abuela están durmiendo", "se ha ido al cielo o a volado", aquello no haría otra cosa que crear confusión en la mente de los más pequeños, alejándolos de su primera experiencia con la idea de la muerte.

Los niños deben saber que la desaparición de un ser querido alimenta el recuerdo de ella cuando crecemos; no es además aconsejable escondernos siempre a los ojos de nuestros hijos cuando lloramos: el poner en segundo plano, incluso si no eliminan los sentimiento negativos, podrían tener efectos indeseados una vez que ellos crezcan. La elaboración del luto, incluso desahogándose, es siempre catártico y aporta, a largo término, beneficios para el crecimiento interior hacia la vida adulta.

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Eclipse/Wikimedia

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Los abuelos podrán dejarnos en herencia una vieja casa de su propiedad, un preciosímo libro de recetas, quizás un terreno para cultivar, pero el vacío más grande que su ausencia deberá llenar no es en las cosas materiales, sino en el corazón de los hijos y de los nietos; a estos últimos seguramente les llevará más tiempo y años para elaborar el luto y la ausencia en la propia vida de los abuelos y esta elaboración "lenta" puede ser leída en sus dibujos, en sus silencios, en sus sueños.

Decir adiós a un abuelo o una abuela que ha hecho tanto por nosotros no es fácil, incluso, crecer y madurar implica, a su vez, de saberse ocupar de estos adioses esenciales para nuestra maduración interior; después de todo, nuestros abuelos no mueren verdaderamente jamás, descansan sloo en nuestro corazón para siempre. Basta saberlos continuar escuchando a través de nuestros latidos.

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