Tener que decir adiós a un padre provoca un dolor desgarrador y ninguno está jamás preparado lo suficiente para vivirlo

por Patricia Zorzenon

22 Noviembre 2019

Tener que decir adiós a un padre provoca un dolor desgarrador y ninguno está jamás preparado lo suficiente para vivirlo
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Lamentablemente la vida antes o después nos obliga a tener que afrontar momentos profundamente dolorosos, como la enfermedad y la consecuente pérdida de los padres. Cuando ocurre repentinamente es normal no estar prontos, pero en realidad no se está nunca verdaderamente preparado para el último adiós, ni siquiera cuando el momento llega al término de un período de sufrimiento.

Ninguno tiene el placer de pensar cuando deberá saludar por última vez a la propia madre o al propio padre, incluso hay un modo para vivir este momento oscuro en pleno respeto de quien se va y de quién queda.

via webmd.com

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Ninguno está jamás verdaderamente pronto para dejar ir a aquellos que nos han puesto en el mundo, las personas más importantes de la propia vida a la cual se le debe prácticamente todo. Ninguno sabe que cosa decir, que cosa esperarse, como comportarse delante a una gran pérdida. El hecho es que ninguno sabe cuando podrá ocurrir, por esto es bueno que las demostraciones de afecto o la simple presencia  no sean solo en el último período, sino que son pan cotidiano. Demasiadas personas descubren de poder amar a los propios padres en un modo en que no han hecho nunca antes y en que no podrán más hacer, porque es demasiado tarde.

Pero el dolor no es solo de quien se queda, claramente: no nos olvidemos que la persona amada, por cuanto sufre, es conciente y que a menudo resulta ser confortante saber precisamente la propia condición: es por esto que se aconseja no mentir sobre el estado de salud.

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El adiós es un viaje hacia un lugar incógnito: hablarlo, paradójamente lo hace menos espantoso. Es el momento de tomar las manos del propio ser amado, confortarlo por sus preocupaciones sobre que cosas y que dejarán, decirles que todo irá por el buen camino: hablar abiertamente, con el corazón en la mano, dejar que el discurso tome cualquier dirección, aunque si tiene poca lógica. Recordar juntos los momentos bellos que se pueda: incluso en un momento de dolor es lícito sonreir juntos, más bien es una obligación.

Es el momento para demostrar gratitud, amor y reconocimiento. Se puede comenzar diciendo "Te he siempre querido pero...", o "Siempre te he admirado porque..." o cualquier cosa que se considere oportuno.

Ninguno quiere pensar en un evento doloroso como este, antes que sea efectivamente el momento: incluso tomar conciencia ayuda a utilizar mejor el tiempo que nos queda a disposición y a vivir el adiós con menos tormento, por cuanto sea posible.

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